viernes, 14 de septiembre de 2012

En busca de mi primer trabajo


El último curso de la carrera corría ya a su fin, ya nos faltaba menos de un mes para conseguir la tan ansiada licenciatura. El entusiasmo se mezclaba con la incertidumbre del futuro que nos esperaba. El que más y el que menos había empezado ya a enviar currículum a diferentes empresas con el fin de conseguir unas prácticas que nos iniciaran en el terreno profesional que habíamos elegido: el periodismo.

Fue una época dorada para los medios de comunicación con la aprobación por parte del gobierno socialista de la Ley 10/1988 de la Televisión privada. Se abría el monopolio público de la gestión televisiva a la competencia, dándose entrada en el sistema a las “televisiones privadas”, consideradas como concesionarias o gestoras privadas del servicio público de Televisión.

Uno de mis amigos ya había recibido la primera llamada para realizar prácticas: "Ya he conseguido mi primera entrevista en la radio, creo que tengo muchas posibilidades de que pueda trabajar con ellos este verano". Otro de ellos ya había firmado el contrato que le facilitaría un trabajo asegurado para los próximos tres meses.

Poco a poco, todos mis compañeros fueron consiguiendo sus "prácticas de verano". Y por fin, llegó mi turno. Recibí la llamada de un amigo en la que me confirmaba que un periódico de tirada nacional necesitaba una redactora y que la entrevista tenía que ser esa misma tarde.

Estaba nerviosa, me enfrentaba a mi primera entrevista y no quería demostrar que estaba "como un flan". Bajo un sol de justicia me presenté ante el edificio. Tras unos segundos para tomar aire, sujeté con fuerza el pomo de la puerta y lo abrí. "Buenas tardes, tengo una entrevista de trabajo. Me están esperando". Después de facilitar mi nombre, una persona de centralita me acompañó hasta el despacho del jefe de sección, encargado de la selección.

Recorrimos un corto pasillo. El ambiente era denso y el espacio reducido. Las mesas se distanciaban unas de otros por unos pocos centímetros y del techo colgaban fluorescentes que llenaban el lugar de una luz "blanca", casi transparente. Me llamó la atención una amplia pecera, instalada en el centro de la planta, en la que estaban trabajando un grupo de secretarias.

En el interior del despacho se encontraba la persona que me había citado. Después de unos minutos de charla amena, me confirmó que contaba conmigo. ¡Qué alegría!, lo había conseguido.

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